Shadamy 153

Shadamy 153
Del odio al amor hay un solo paso.

sábado, 15 de junio de 2013

Capitulo 5

Amy:
- A la calle Magnolia, lo más rápido posible, por favor- dije sabiendo que llegaría con retraso. Solo faltaban diez minutos para las doce.
Coger un taxi en la plaza del Renacimiento me llevó cerca de quince minutos. Y cuando lo logré, me topé con un vehículo que parecía rodar de puro milagro. Al tomar asiento, me clavé las bolitas de color teja de la funda del asiento. La voz de una cantante con problemas de garganta surgía de la radio. - Me llevó unos segundos reconocer que se trataba de música árabe-. Un olor a kebab rancio cubría todo el interior.
- Dios, tendré que volver a ducharme en cuanto llegue- mascullé al descubrir que había grasa por todos lados-. Dígame, ¿ha pensado en lavar este trasto?
El hombre sonrió y aceleró de golpe provocando que me estampara contra el asiento delantero. Lo hizo a propósito, pero no me molestó. Es más, sonreí.
- Señorita, se hace lo que se puede.
- Si usted lo dice.
Para ser casi medianoche, el tráfico era insufrible. Tan solo tres calles nos habían llevado los diez minutos que tenía de límite. Y ahora nos encontrábamos en otro atasco en la calle Corso.
- ¿Está usted seguro de que este era el camino más corto?
- En Mobius no hay atajos, señorita. Debería saberlo.
- Ya, claro. Usted está buscando propina- resoplé mientras el hombre sonreía.
- Por supuesto. Tengo que alimentar a mis tres esposas.
Le miré con los ojos abiertos de par en par.
- ¿No lo dirá en serio?
Mi comentario le hizo aún más gracia.
- Solo bromeaba-. Negó con una mano.
- En fin, si acepta tarjeta, podemos llegar a un acuerdo. Siempre y cuando no lleguemos más tarde de las doce y cuarto. De lo contrario, se encontraría con un cadáver- le dije tan dramáticamente como pude.
-¿ Dónde vive exactamente?
- En la mansión Rose.
El taxista abrió la boca ligeramente. Después me observó por el retrovisor. Sin duda, no esperaba que viviera allí.
- ¿Y qué hace cogiendo un taxi?- preguntó avanzando unos metros y volviéndose a detener.
Por suerte, ya estábamos en la plaza Popolo.
- Quiero independencia...
De repente, su puerta se abrió y un muchacho arrancó al taxista del asiento de un tirón. Solté un chillido al verle rodar por el suelo mientras se quejaba y maldecía. El muchacho se subió al coche, cerró la puerta y comenzó a maniobrar de una forma tan experta como brusca. No me dio tiempo a verle la cara, porque caí entre los asientos cuando dio un giro violento, pero sí puede escuchar cómo chocábamos con varios vehículos.
Me incorporé sin dejar de gritar.
«Que no sea un secuestro. Que no sea un secuestro», me iba diciendo a mí misma para tranquilizarme.
Volvió a virar rápido para entrar en la plaza Popolo sin el menor temor a atropellar a algún peatón. Dios, iba a morir, seguro.
Le miré. Era joven, de mi edad más o menos.
-¡Me cago en la puta! ¡¿Cómo coño se apaga este trasto?!- gritó sofocado, intentando apagar la radio.
Será gilipollas.
Soltó el volante y se puso a darle golpes con el puño y con la pierna como si le fuera la vida en ello. ¡Estaba loco!
La chica con problemas de garganta dejó de sonar enseguida, pero la música fue sustituída por las sirenas de la policía. Venían detrás de nosotros.
- Maldita mierda de coche. ¿Por qué coño no he cogido el Fiat?- gritó, a la vez que se percataba por fin de que tenía compañía tras él-.¡ Joder!

Aproveché para atacar y me lancé sobre él dándole patadas.
- ¡No me secuestres, capullo! ¡Déjame bajar!- chillé con fuerza mientras él esquivaba mis golpes.
- ¡¿Quieres estarte quieta?! ¡Estás delirando!
El coche se desvió de repente y chocamos contra un muro. Salí despedida hacia delante y me golpeé la cabeza y los hombros contra el salpicadero. Los cristales cayeron sobre mí, pero enseguida percibí cómo el chico me cubría. De milagro, no sufrí ningún corte.
Lo empujé y me arrastré hacia la puerta con el cuerpo dolorido. Me lancé al suelo y caí en un charco justo antes de que otro erizo se tropezara con mis piernas. ¿De dónde había salido éste?
- ¿Vienes a por más?, Fran- dijo mi presunto secuestrador.
- Me subestimas.
El tal Fran se lanzó a por el otro muchacho y comenzaron a pegarse prácticamente sobre mí. Intenté escapar, pero cayeron al suelo y Fran me dio un puñetazo en el hombro. 
- Quita de aquí, joder- me espetó.
Le di una patada justo cuando un policía me sujetaba por la espalda y me arrastraba fuera de allí. El acero caliente del capó fue lo que sentí en mi cara mientras unas esposas me inmovilizaban las muñecas.
Estaba detenida.

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